SUTIL, ETÉREO Y ELEGANTE (I)
Serie: Post y artículos para el recuerdo.
“…Lo por definición y naturaleza tan fundamentalmente brusco como pegar patadas a una pelota, se convirtió, por obra y gracia del arte de los “merengues” sevillanos, en una cosa tan delicada, sutil, etérea y elegante. Es, sencillamente, que en Sevilla se descubrió que se pueden dar patadas… con salero…”
Arturo Otero – Breve Historial del Sevilla Club de Fútbol.
Y es que nadie nos va a robar el romanticismo de aquellos comienzos en el que el guardia de la Campana, o el mismísimo y temido sargento Martínez, se apresuraba a ir corriendo tras aquellos muchachos, con las canillas al aire llenas de cardenales, para intentar evitar aquel escándalo, de griterío y de vista para aquellas mozas con el vestido por los tobillos, que se tapaban la cara con el abanico sevillano a modo de máscara veneciana.
Llegaba el atardecer en una cálida primavera cualquiera de principios del siglo pasado para aquellos jóvenes, que se presentaba alargando el crepúsculo un rato más cada vez. Un tesoro en forma esférica que el kiosquero guardaba celosamente, pues llegó de ultramar directamente en aquel vapor de la Compañía Ybarra, y que los muchachos engrasaban regularmente, para que la humedad de la tierra no lo agrietase, especialmente por las costuras. ¿Quién sabría cuándo podría llegar otro carísimo y único balón?
Interiorizaron bien el protocolo y la flema inglesa en el arte de la esferomaquia, lugar donde fueron enviados cuando niños, mecánicamente como el que aprende una tabla de multiplicar. Todo ritual era necesario en los lances: los pasos a modo de metro para medir las porterías, las cuartas para los centímetros; el reparto de pañuelos que llevarían al cinto, unos de color rojo y otros de color azul, que les distinguiría del otro “team”, vestidos de un blanco inmaculado todos. Ay, aquellos merengues. Eso sí, la corbata o pajarita daría el toque de distinción adecuado a su posición social como nueva burguesía emergente. El referee no se desvestiría y concentraría toda su autoridad en el bombín negro azabache encasquetado hasta las cejas.
Componer un equipo con once no era fácil, peor aún reunir a veintidós, por lo que los equipos habitualmente estaban compuestos por menos efectivos, pero no importaba, los sportmen estaban preparados.
Un toque de batuta, a modo de silbato arbitral y comienza la sinfonía de Zaratrusta, al estilo como dijo que así hablaba Strauss. El balón se eleva lentamente en el espacio tapando el sol, observado por todos como si de una película de Kubrick se tratase y Sevilla se despierta sobresaltada con aquello que comenzaron a llamar Football, aquel raro nombre impronunciable para sus habitantes. La Giralda saluda a sus primeros guardianes, a aquellos que la llevarán como bandera por Europa y la conocerán hasta en el más recóndito lugar del mundo y el Giraldillo comienza a tejer su primera bufanda blanquiroja, visualizando desde las alturas en qué lugar de Nervión se ubicará el gol norte.
“Sevilla” y “Football” solo podrían dar como resultado eso tan delicado, etéreo y sutil a lo que se refería Arturo Otero. Inimitable, el calco nunca podrá alcanzar la esencia de lo original, tan solo buceando en el mundo de lo onírico como algo inalcanzable por más que lo intente.
Solo se oyen los chasquidos producidos al golpe de la bota con el cuero engrasado del balón. Casi pueden oírse los pañuelos en el cinto al viento. Quizás una voz entrecortada reclamando el esférico y poco más. No había nadie más, si acaso un coche de caballos en la lejanía. El silencio comenzaba a tejer un hilo espacio-temporal para hacer hueco al martilleo lejano de los cánticos de los Biris en el Gol Norte.
Fantástico artículo. "Inimitable. El calco nunca podrá alcanzar la esencia de lo original"
ResponderEliminarA sus pies, artista.
En el fútbol no hay generosidad
ResponderEliminarVicente Leirachá
29/6/2011
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En el fútbol no resalta la generosidad con el vecino. No me refiero al de localidad con la que, a través de tantos partidos juntos compartiendo alegrías y consolándose mutuamente, seguro que el tiempo los hace amigos. En el fútbol no existe igual amistad entre los dirigentes por mucho que ellos digan.
La reflexión nace por lo sucedido al Lugo en su intento de ascender a Segunda, objetivo que seguirá persiguiendo con sus propios y escasos medios, sin esperar una cesión de algún jugador de un equipo amigo.
En los sesenta, en Andalucía, tuvo lugar una movida, buscando el ascenso del Cádiz para codearse con Sevilla, Betis, Córdoba, Granada, Málaga y, alguna temporada, el Jaén. Eran tantos andaluces que, con frecuencia, bajaba alguno, incluido el Sevilla. Antonio Calderón, gerente del Madrid, preguntó a Sánchez Pizjuán, presidente del Sevilla, si era cierto que él apoyaba aquel proyecto de ascender al Cádiz. El andaluz le aclaró: «Yo tengo que disimular, pero tú sabes que esto no me interesa? Vamos a Córdoba llevando detrás a 5.000 seguidores, perdemos por un gol, y me queman durante toda la semana. En mi casa no para de sonar el teléfono, con protestas de los aficionados y chuflas de los béticos. En cambio, vamos a Balaídos, Riazor o Gijón, perdemos por dos o tres, y la bronca solo dura dos días porque el martes ya se habla del siguiente partido». El presidente del Sevilla terminó diciendo: «El rival más próximo, de Despeñaperros para arriba».
Me he encontrado este artículo en "La voz de Galicia", se lo envío por si no lo había visto y quiere aclararnos algo al respecto en otro post.
Un saludo.
Bartolomé Guerrero
Algún error histórico. Sánchez-Pizjuán murió en 1956.
ResponderEliminarPero es verdad que esto se producía así, la afición sevillista era y es muy exigente.
Bartolomé, ya tiene en su poder "La Voz de Galicia" una imagen de la esquela de D. Ramón Sánchez-Pizjuán y una solicitud de rectificación.
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