ERAN OTROS TIEMPOS
¿Cómo se lo iban a imaginar aquella noche de cena de 1913 en la que celebraban orgullosos haber ganado una Copa de Sevilla?
Los altos del Pasaje de Oriente de monsieur Bousquet rebosaban orgullo, otros en su pesadumbre le llaman prepotencia, y altivez. Era todo lo que se podía ganar, un trofeo donado por el Ayuntamiento de Sevilla. Eso era a lo máximo que aquel Sevilla FC podía aspirar. Y no era poco.
Pero… ¿cómo se lo iban a imaginar?
El Sevilla Football Club comenzaba a abrirse camino en la ciudad por el sevillanísimo barrio de San Bernardo, cuyos habitantes hacían corrillos para comentar las jugadas de tal o cual equipier en las calles encaladas y parcialmente adoquinadas. Un campo cercano, el del Mercantil, que presidía, casi eternamente fotografiada para la eternidad, la cúpula de la Iglesia de donde sale el Señor de la Salud, se llenaba de gentío alrededor del terreno de juego, dándose de empujones, para no pisar la línea de cal mientras un señor vociferaba a unos niños para que no la borrasen con sus juegos.
¿El mejor sitio? lo más pegado posible a uno de los palos de las porterías, los goles se veían mejor, eso sí, no exentos de un balonazo de los de antes, de cuero, a veces mojado por la lluvia que podría derribar un muro como si de un proyectil de catapulta se tratase.
Algunos jugadores se aderezaban con una especie de gorrito para poder darle con la cabeza a aquellas “piedras” a los que se les llamaba “balones” y evitar heridas indeseadas. Ocho o diez trozos de cuero cosidos en tiras a lo largo con guita engrasada, que ya comenzaban a adquirirse en la ciudad, debido a la afición que comenzaba a entrar en ebullición. Pronto, pocos años después, se comprarían en la tienda “El siglo de Sevilla” sita en la calle Álvarez Quintero. Consiga el modelo “Improved” adoptado por el Sevilla F.C. rezaba la propaganda.
Eran otros tiempos. La Banda Municipal tocaba su repertorio de pasodobles taurinos y marchas para amenizar la espera. El “aguaó” transportaba su búcaro de agua fresca de los Caños de Carmona entre la multitud, una “perra chica” era el tributo para beber aquel exquisito elixir y atemperar las gargantas resecas con el polvo del campo de tierra. El vendedor de paloduz, organizaba las ramitas en una caja dependiendo del tamaño de las raíces, que recolectó el día anterior en la ribera de la ciudad del Guadalquivir y que hacían las delicias de los chiquillos. ¡Al rico palodú!
El partido comenzaba, se empezaban a entonar los oles, y si un jugador metía un gol de bandera, el público saltaba al campo para llevarlo a hombros y darle una vuelta al campo entre los aplausos y vítores del respetable. El fútbol era muy torero en aquella época, la única diferencia es que no le cortaban la oreja a nadie. La “Escuela sevillista” que no sevillana, comenzaba a dar sus primeros pasos.
¿Cómo se lo iban a imaginar?
Que su equipo de sus entretelas sería campeón del país unas cuántas veces, o que incluso deslumbraría al viejo continente con su juego. ¿Hubo alguien en aquella mesa del Pasaje de Oriente que imaginó llenarla con más copas que la de Sevilla, donada por el municipio? ¿Podría haber algo mayor que ganar ese trofeo?
En el recuerdo quedó aquella caja de zapatos, que contenía las cuentas del Club donde se apuntaban las tres pesetas del señor que pintaba el campo y sacaba los palos de la portería de la caseta de feria del Círculo Mercantil. Donde se apuntaban también los ingresos que cada jugador aportaba para poder jugar. No cobraban, pagaban por estar allí.
Eran otros tiempos.
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¿Y todas esas copas de la foto? Más para poner en el antepalco ¿no? jejejejeje
ResponderEliminarCualquiera se imaginaba entonces que el fútbol iba a adquirir tal dimensión, no digamos ya el Sevilla FC.
¿Qué será lo siguiente?
Eso de que pagasen por jugar no estaria nada mal aplicarselo a mas de uno que hemos tenido y tenemos aun en la plantilla, por tener el honor de vestir nuestra gloriosa camiseta.
ResponderEliminarDAVID DH